sábado, 1 de octubre de 2016

¿QUIEN FUE VICTORIA DÍEZ?

      Una sevillana nacida en 1903, hija de un escribiente y de una ama de casa. Sus padres, José Díez Moreno y Victoria Bustos de Molina, formaban una familia modesta y tradicional, en la que Victoria creció como una niña alegre, cariñosa, aplicada y una temprana conciencia de querer entregarse a Dios.

      Fue maestra, pero cuando en 1919, con quince años ingresó en la Escuela de Magisterio, no lo hizo por tener una nítida vocación por la enseñanza. Tal vez, como señala su biógrafa Carmen Fernández, lo hizo porque en aquella época una mujer, hija de clase media y trabajadora, no podía hacer mucho más y Victoria, que amaba profundamente a sus padres, no podía desilusionarlos. Fue maestra, pero no por vocación, su vocación venía de su gran amor, venía de Dios, quería ser misionera. La joven Victoria simultaneó los estudios en la escuela Normal de Magisterio con los de arte y dibujo en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla. No por ello cambio su deseo de ir a misiones. En torno a 1922 o 1923, durante unos ejercicios espirituales para la Asociación para Estudiantes de Magisterio de las religiosas de María Reparadora, Victoria afianza la fuerte conciencia que tenía de entregarse a Dios por completo en una vida misionera. Los documentos pontificios del primer tercio del siglo XX animaban a las misiones y ella, junto a otras amigas, estaban pendientes de sus contenidos y anhelaban una vida misionera1. Todavía en aquella época era difícil entender la santificación personal en la realización del trabajo cotidiano, en descubrir la entrega a Dios en los sencillo, lo pequeño, lo cotidiano. No obstante, pronto encontraría algo que iría dando sentido a su vida de maestra y a saber compaginar la vida y la fe.

      En aquel primer tercio del siglo XX había una corriente de pensamiento que contraponía la fe y la modernidad. De cara a las mujeres aquello se traducía en mantener alejadas a las mujeres del cultivo de la ciencia por el miedo a que pudiesen abandonar su piedad. Pero también había personas que no sólo no estaban de acuerdo con esta situación, sino que se enfrentaría abiertamente a ella, una de ellas fue Pedro Poveda. En palabras de Juan Pablo II, el fundador de la Institución Teresiana ofrecería una dimensión apostólica centrada en “promover la presencia evangelizadora de los cristianos en el mundo, principalmente desde el campo de la enseñanza y de la cultura, con un espíritu de profundo sentido eclesial, de fidelidad sin reserva y de generosa entrega”2

      El 25 de abril de 1926 Victoria asiste a la conferencia que imparte la directora de la Institución Teresiana en Sevilla María Josefa Grosso, descubriendo las innovaciones pedagógicas que aplicaría una vez ganada la plaza de maestra. La propuesta de Pedro Poveda, basada en la fuerza transformadora del creyente desde el ejercicio de su profesión, en la que se aúnan la fe y la vida, encaja en todos sus anhelos. Victoria, que había aceptado ser maestra por obediencia, descubre el camino de su misión, no tenía que oponerse a la voluntad de sus padres, todo se conciliaba en el proyecto que Dios tenía para ella. Dió cumplida respuesta a la exigencia del padre Poveda con una sólida preparación como maestra, a la que se añadía un intensa vida de oración, el amor como centro de toda pedagogía y una entrega total, que implicaba el abandono de toda ambición personal3.

      Victoria se incorpora a la Institución Teresiana y permanece en Sevilla preparando oposiciones y dando clases hasta 1927, fecha en la que obtiene plaza del Estado y es destinada a Cheles (Badajoz), donde solo permanecería un curso, pues en junio de 1928 es destinada como maestra en Hornachuelos (Córdoba). En Cheles mejoró la escuela local, organizó la Biblioteca, luchó contra el absentismo escolar trabajando con grupos de niñas y chicas jóvenes del pueblo llevando sus métodos pedagógicos renovados. En Hornachuelos Victoria ya tiene clara conciencia de haber recibido una importante misión, se le había confiado un pueblo y ella se sintió responsable del mismo. Durante su vida de maestra puso en práctica los nuevos métodos pedagógicos con excursiones al campo, a Córdoba y a Sevilla, cantos y pintura, gimnasia rítmica, actividades con las alumnas, además de las tradicionales labores. Organizó cursos nocturnos para mujeres trabajadoras y una biblioteca para antiguas alumnas, ayudó a los necesitados y llegó a ser nombrada Presidenta del Consejo Local del Pueblo4. Durante los años de la República no mostró inclinación política alguna y colaboró con el Ayuntamiento, independientemente de la ideología de sus gobernantes, llegando a ser secretaria de la Junta de Enseñanza. Creó la catequesis infantil e impulsó la Acción Católica. Tras la decisión del Gobierno de la República Española de prohibir las clases de religión en los colegios públicos, continuó en la catequesis. Además ayudó a reconstruir la iglesia de Hornachuelos incendiada en los prolegómenos de la Guerra civil, consiguiendo que se abriese de nuevo. En los primeros días de la guerra volvió a ser saqueada5.

      Su labor como maestra, ciudadana, mujer era incuestionable, pero era católica y nítidamente comprometida con su fe. La violencia desatada la alcanzó tempranamente, pues, como señala el prestigioso historiador español Carlos Seco, el radicalismo anticlerical que se veía venir en 1931 derivó hacia una persecución sistemática del sentimiento religioso al ser destruidos o arrasados los templos, y millares de sacerdotes y profesos de ambos sexos sufrieron el martirio6. El 11 de agosto de 1936 fue detenida, al día siguiente emprendía una marcha sin retorno, fue conducida junto a 17 varones a las afueras del pueblo. En un juicio sumarísimo fue condenada y ejecutada. En los momentos previos a su muerte daría ejemplo de un temple recio, pues presenció la ejecución de cada uno de sus compañeros. Ya, en la marcha desde Hornachuelos, ella los había alentado con ánimo diciéndoles: “adelante, Cristo nos espera7
 
      Una mujer inteligente, creativa, estudiosa aparentemente tímida por obedecer a sus padres y estudiar Magisterio en vez de volar a sus soñadas misiones. Pero aquellos tiempo no son estos, la rebeldía frente a los padres no estaba en el aire. Victoria obedeció y allí, desde su puesto de humilde de maestra, encontraría el sentido de su vida, su misión. Victoria Díez fue una gran mujer.

      Una mujer consumida por el celo del amor divino que la llevaba a que su vida fuera un puro testimonio de la gloria de Dios. Caminó con el Señor y se dejó conducir por él y encontró la verdad, la vida verdadera, la felicidad, la plenitud del amor...fue una santa. Declarada “Beata” por Juan Pablo II quien dijo de ella que La alegría que transmitía a todos era fiel reflejo de aquella entrega incondicional a Jesús, que la llevó al testimonio supremo de ofrecer su vida por la salvación de muchos”8.

      ¿Que nos dice Victoria a los creyentes de hoy, especialmente a las mujeres? 
 
      Victoria, como tantos de nosotros, no tuvo claro el camino a seguir desde un principio. De joven quería ser misionera, quería entregar su vida a Dios, pero no meterse monja. Por obediencia familiar estudio magisterio y, poco a poco, desde la fe, fue descubriendo el sentido de su existencia. Juan Pablo II nos la muestra como un claro “ejemplo de apertura al Espíritu y de fecundidad apostólica. Supo santificarse en su trabajo como educadora en una comunidad rural, colaborando al mismo tiempo en las actividades parroquiales, particularmente en la catequesis”9
 
      Ella, con su trabajo y su vida, hizo honor a las palabras de Pedro Poveda, el fundador de la Institución Teresiana: “Si sois mujeres de fe, estimaréis como deber primordial el cumplimiento de vuestras obligaciones, y una de ellas, y sacratísima por cierto, es el estudio, el trabajo, el asiduo trabajo para capacitaros y ostentar dignamente un título, que si os da acceso a puestos sociales de importancia y honor, os obliga a adquirir el bagaje científico necesario para desempeñarlos dignamente, y para no engañar a la sociedad que si os otorga estos puestos es porque os supone preparadas para desempeñarlos”10.
       
     Victoria Díez fue una mujer libre, algo que tanto se valora hoy, pero no en el sentido de hacer lo que le diera la gana, sino que al someterse a Dios dejó que el Espíritu Santo fuese haciendo aflorar lo mejor, lo más hermoso y profundo que había en ella, liberándola de los paralizantes temores y apegos egoístas, propios del ser humano. Al caminar en Dios fue adquiriendo sentido de su libertad plena, amaba a Dios y nadie podía arrebatarle eso. Estuvo en prisión y sabía que iba a morir, pero ninguna fuerza humana podía arrebatarle a Dios11.

      Victoria Díez fue una testigo del XX y una maestra para el XXI12.


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1 Fernández Aguinaco, Carmen. Victoria Díez: Memoria de una maestra. Narcea Ediciones 1993, p. 17-21
2. Librería Editrice Vaticana (10 de octubre de 1993). Santa Messa per la Beatificazioni di tredici servi di Dio. Omelia di Giovanni Paolo II. Piazza San Pietro - Domenica, 10 ottobre 1993. Consultado 1 octubre 2016. http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/it/homilies/1993/documents/hf_jp-ii_hom_19931010_beatificazioni.html
3 Fernández Aguinaco, Carmen. Victoria Díez: Memoria de una maestra... p. 17-21
4 https://cordobapedia.wikanda.es/wiki/Victoria_Díez
5 https://es.wikipedia.org/wiki/Victoria_Díez_Bustos_de_Molina
6 Seco Serrano, Carlos.Nuestro tiempo”, en Introducción a la historia de España, 1963, pp. 965 y 1018.
7 Tras su ejecución, en agosto de 1936, permaneció en una mina hasta noviembre en que sus restos fueron trasladados al cementerio de Hornachuelos donde permanció cerca de treinta años hast que fueron traslados a una cripta en la residencia de la Institución Teresiana, en la Plaza de la Concha, cerca de la Catedral, en Córdoba.
8 Libreria Editrice Vaticana (10 de octubre de 1993). Santa Messa per la Beatificazioni di tredici-...
9 Libreria Editrice Vaticana (10 de octubre de 1993). Santa Messa per la Beatificazioni ...
10 Texto de una carta de Pedro Poveda en 1930, recogido en Fernández Aguinaco, Carmen. Victoria Díez: Memoria de una maestra..., y Flecha García, Consuelo. “Mujeres y ciencia en la propuesta de Pedro Poveda”, en Homenaje al Dr. Buenaventura Delgado Criado. Pedagogo e historiador. Universidad de Barcelona, 2009.
11 Cf. Philippe, Jacques. En la escuela del Espíritu Santo. Madrid, 2012, pp. 87-91.
12 Alonso Baquer, Mª Teresa; Castañeda Delgado, Paulino; Cociña, Manuel J., Testigos del siglo XX, maestros del XXI. XIII Simposio de Historia de la Iglesia en España y América, Academia de Historia Eclesiástica, Sevilla, 8 de abril de 2002, Publicaciones Obra Social y Cultural CajaSur, 2003, p. 13.