Una sevillana nacida en 1903, hija de un escribiente y de una ama de
casa. Sus padres, José Díez Moreno y Victoria Bustos de Molina,
formaban una familia modesta y tradicional, en la que Victoria creció
como una niña alegre, cariñosa, aplicada y una temprana conciencia
de querer entregarse a Dios.
Fue maestra, pero cuando en 1919, con quince años ingresó
en la Escuela de Magisterio,
no lo hizo por tener una nítida vocación
por la enseñanza. Tal vez, como señala su
biógrafa Carmen
Fernández, lo hizo porque
en aquella época una
mujer, hija de clase media y trabajadora,
no podía hacer mucho más y Victoria, que amaba profundamente
a sus padres, no podía desilusionarlos. Fue maestra, pero no por
vocación, su vocación venía de su
gran amor, venía de Dios,
quería ser misionera. La
joven Victoria simultaneó
los estudios
en la escuela Normal de
Magisterio con los de arte
y dibujo en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla. No por ello cambio
su deseo de ir a misiones.
En torno a 1922 o 1923,
durante unos ejercicios espirituales para la Asociación para
Estudiantes de Magisterio de las religiosas de María Reparadora,
Victoria afianza la fuerte conciencia que tenía de entregarse a Dios
por completo en una vida misionera. Los
documentos pontificios del
primer tercio del siglo XX animaban
a las misiones
y ella, junto a otras
amigas, estaban
pendientes
de sus contenidos y anhelaban una vida misionera1.
Todavía en aquella época era difícil entender la santificación
personal en la realización del trabajo cotidiano, en descubrir la
entrega a Dios
en los sencillo,
lo pequeño, lo cotidiano. No
obstante, pronto
encontraría algo que iría dando sentido a su vida de maestra y a
saber compaginar la vida y la fe.
En aquel primer tercio del siglo
XX había una corriente de pensamiento que contraponía la fe y la
modernidad. De cara a las mujeres aquello se traducía en mantener
alejadas a las mujeres del cultivo de la ciencia por el miedo a que
pudiesen abandonar su piedad. Pero también había personas que no
sólo no estaban
de acuerdo con esta situación, sino que se enfrentaría
abiertamente a ella, una
de ellas fue Pedro Poveda.
En palabras de Juan Pablo II, el fundador de la Institución
Teresiana ofrecería una
dimensión apostólica centrada en “promover la presencia
evangelizadora de los cristianos en el mundo, principalmente
desde el campo de la enseñanza y de la cultura, con un espíritu de
profundo sentido eclesial, de fidelidad sin reserva y de
generosa entrega”2.
El 25 de abril de 1926 Victoria
asiste a la conferencia que imparte la directora de la Institución
Teresiana en Sevilla María Josefa Grosso, descubriendo las
innovaciones pedagógicas que aplicaría una vez ganada la plaza de
maestra. La propuesta de Pedro Poveda, basada en la fuerza
transformadora del creyente desde el ejercicio de su profesión, en
la que se aúnan la fe y la vida, encaja en todos sus anhelos.
Victoria, que había aceptado ser maestra por obediencia, descubre el
camino de su misión, no tenía que oponerse a la voluntad de sus
padres, todo se conciliaba en el proyecto que Dios tenía para ella.
Dió cumplida respuesta a la exigencia del padre Poveda con una
sólida preparación como maestra, a la que se añadía un intensa
vida de oración, el amor como centro de toda pedagogía y una
entrega total, que implicaba el abandono de toda ambición personal3.
Victoria se incorpora a la
Institución Teresiana y permanece en Sevilla preparando oposiciones
y dando clases hasta 1927, fecha en la que obtiene plaza del Estado y
es destinada a Cheles (Badajoz), donde solo permanecería un curso,
pues en junio de 1928 es destinada como maestra en Hornachuelos
(Córdoba). En Cheles mejoró la escuela local, organizó la
Biblioteca, luchó contra el absentismo escolar trabajando con grupos
de niñas y chicas jóvenes del pueblo llevando sus métodos
pedagógicos renovados. En Hornachuelos Victoria ya tiene clara
conciencia de haber recibido una importante misión, se le había
confiado un pueblo y ella se sintió responsable del mismo. Durante
su vida de maestra puso en práctica los nuevos métodos pedagógicos
con excursiones al campo, a Córdoba y a Sevilla, cantos y pintura,
gimnasia rítmica, actividades con las alumnas, además de las
tradicionales labores. Organizó cursos nocturnos para mujeres
trabajadoras y una biblioteca para antiguas alumnas, ayudó a los
necesitados y llegó a ser nombrada Presidenta del Consejo Local del
Pueblo4.
Durante los años de la República no mostró inclinación política
alguna y colaboró con el Ayuntamiento, independientemente de la
ideología de sus gobernantes, llegando a ser secretaria de la Junta
de Enseñanza. Creó la catequesis infantil e impulsó la Acción
Católica. Tras la decisión del Gobierno de la República
Española de prohibir las clases de religión en los colegios
públicos, continuó en la catequesis. Además ayudó a reconstruir
la iglesia de Hornachuelos incendiada en los prolegómenos de la
Guerra civil, consiguiendo que se abriese de nuevo. En los primeros
días de la guerra volvió a ser saqueada5.
Su labor como maestra, ciudadana,
mujer era incuestionable, pero era católica y nítidamente
comprometida con su fe. La violencia desatada la alcanzó
tempranamente, pues, como señala el prestigioso historiador español
Carlos Seco, el radicalismo anticlerical que se veía venir en 1931
derivó hacia una persecución sistemática del sentimiento religioso
al ser destruidos o arrasados los templos, y millares de sacerdotes y
profesos de ambos sexos sufrieron el martirio6.
El 11 de agosto de 1936 fue detenida, al día siguiente emprendía
una marcha sin retorno, fue conducida junto a 17 varones a las
afueras del pueblo. En un juicio sumarísimo fue condenada y
ejecutada. En los momentos previos a su muerte daría ejemplo de un
temple recio, pues presenció la ejecución de cada uno de sus
compañeros. Ya, en la marcha desde Hornachuelos, ella los había
alentado con ánimo diciéndoles: “adelante, Cristo nos espera”7.
Una mujer inteligente, creativa,
estudiosa aparentemente tímida por obedecer a sus padres y estudiar Magisterio en vez de volar a sus soñadas misiones. Pero aquellos
tiempo no son estos, la rebeldía frente a los padres no estaba en el
aire. Victoria obedeció y allí, desde su puesto de humilde de
maestra, encontraría el sentido de su vida, su misión. Victoria
Díez fue una gran mujer.
Una mujer consumida por el celo
del amor divino que la llevaba a que su vida fuera un puro testimonio
de la gloria de Dios. Caminó
con el Señor y se dejó conducir por él y encontró la verdad, la
vida verdadera, la felicidad, la plenitud del amor...fue una santa.
Declarada “Beata” por Juan Pablo II quien dijo de ella que “La
alegría que transmitía a todos era fiel reflejo de aquella entrega
incondicional a Jesús, que la llevó al testimonio supremo de
ofrecer su vida por la salvación de muchos”8.
¿Que nos dice Victoria a los
creyentes de hoy, especialmente a las mujeres?
Victoria, como tantos de
nosotros, no tuvo claro el camino a seguir desde un principio. De
joven quería ser misionera, quería entregar su vida a Dios, pero no
meterse monja. Por obediencia familiar estudio magisterio y, poco a
poco, desde la fe, fue descubriendo el sentido de su existencia. Juan
Pablo II nos la muestra como un claro “ejemplo
de apertura al Espíritu
y de fecundidad apostólica. Supo santificarse en su trabajo como
educadora en una comunidad rural, colaborando al mismo tiempo en las
actividades parroquiales, particularmente en la catequesis”9.
Ella, con su trabajo y su vida,
hizo honor a las palabras de Pedro Poveda, el fundador de la
Institución Teresiana: “Si
sois mujeres de fe, estimaréis como deber primordial el cumplimiento
de vuestras obligaciones, y una de ellas, y sacratísima por cierto,
es el estudio, el trabajo, el asiduo trabajo para capacitaros y
ostentar dignamente un título, que si os da acceso
a puestos sociales de importancia y honor, os obliga a adquirir el
bagaje científico necesario para
desempeñarlos dignamente, y para no engañar a la sociedad que si os
otorga estos puestos es porque os supone preparadas para
desempeñarlos”10.
Victoria Díez fue una mujer
libre, algo que tanto se valora hoy, pero
no en el sentido de hacer lo que le diera la gana, sino que al
someterse a Dios dejó que el Espíritu Santo fuese haciendo aflorar
lo mejor, lo más hermoso y profundo que había en ella, liberándola
de los paralizantes temores y apegos egoístas, propios del ser
humano. Al caminar en Dios fue adquiriendo sentido de su libertad
plena, amaba a Dios y nadie podía arrebatarle eso. Estuvo en prisión
y sabía que iba a morir, pero ninguna fuerza humana podía
arrebatarle a Dios11.
Victoria
Díez fue una testigo del XX y una maestra para el XXI12.
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1
Fernández
Aguinaco, Carmen. Victoria Díez: Memoria de una maestra.
Narcea Ediciones 1993, p. 17-21
2.
Librería Editrice
Vaticana (10 de octubre de 1993). Santa
Messa per la Beatificazioni di tredici servi di Dio. Omelia di
Giovanni Paolo II.
Piazza
San Pietro - Domenica, 10 ottobre 1993. Consultado
1 octubre 2016.
http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/it/homilies/1993/documents/hf_jp-ii_hom_19931010_beatificazioni.html
3
Fernández
Aguinaco, Carmen. Victoria Díez: Memoria de una
maestra... p. 17-21
4
https://cordobapedia.wikanda.es/wiki/Victoria_Díez
5
https://es.wikipedia.org/wiki/Victoria_Díez_Bustos_de_Molina
6
Seco
Serrano, Carlos.
“Nuestro
tiempo”,
en Introducción a
la historia de España,
1963, pp. 965
y 1018.
7
Tras su ejecución, en agosto de 1936, permaneció en una mina
hasta noviembre en que sus restos fueron trasladados al cementerio
de Hornachuelos donde permanció cerca de treinta años hast que
fueron traslados a una cripta en la residencia de la Institución
Teresiana, en la Plaza de la Concha, cerca de la Catedral, en
Córdoba.
8
Libreria Editrice Vaticana (10 de octubre de
1993). Santa
Messa per la Beatificazioni di tredici-...
9
Libreria Editrice Vaticana (10 de octubre de 1993).
Santa
Messa per la Beatificazioni
...
10
Texto de una carta de Pedro Poveda en 1930, recogido en Fernández
Aguinaco, Carmen. Victoria Díez: Memoria de una
maestra..., y Flecha
García, Consuelo.
“Mujeres y ciencia en la propuesta de Pedro Poveda”,
en Homenaje al Dr.
Buenaventura Delgado Criado. Pedagogo e historiador. Universidad
de Barcelona, 2009.
11
Cf. Philippe, Jacques.
En la escuela del Espíritu Santo. Madrid, 2012, pp. 87-91.
12
Alonso
Baquer, Mª
Teresa;
Castañeda Delgado, Paulino;
Cociña,
Manuel
J., Testigos
del siglo XX, maestros del XXI.
XIII Simposio de Historia de la Iglesia en España y América,
Academia de Historia Eclesiástica, Sevilla, 8 de abril de 2002,
Publicaciones Obra Social y Cultural CajaSur, 2003, p.
13.