martes, 22 de septiembre de 2015

Catalina Fieschi 1447-1510 / Santa Catalina de Génova

Una laica de vida activa, intensamente mística

Nacida en 1447 en el seno de una familia noble italiana, Catalina Fieschi fue educada por su madre en una vida cristiana y piadosa, a los trece años mostró cierta inclinación a la vida religiosa pero no fue aceptada en el convento. Por esas fechas muere su padre. Como otras muchas hijas de buena familia su matrimonio fue el resultado de alianzas nobiliarias, contrayendo matrimonio en 1463, a los 16 años, con Julián Adorno. Catalina era una joven bella, inteligente, sensible, devota, seria y de carácter fuerte, su marido había estado por el Próximo Oriente como comerciante y militar, era amante de los placeres desordenados, voluntarioso, indisciplinado, jugador, infiel, violento y derrochador, escaso de escrúpulos. Con semejantes e incompatibles caracteres el matrimonio no iba a ser fácil
Los cinco primero años de su matrimonio, entre 1463 y 1468, Catalina los pasó en silencio, sumida en la melancolía, la tristeza y la desolación que la llevarían a intentar evadirse de su angustia mediante una vida más mundana. Los cinco siguientes años los pasó de fiesta en fiesta, de diversión en diversión, pero tampoco ahí encontró lo que llenara su insatisfecha vida, de modo que el intenso cansancio y la depresión le llevaron a rezar por poder volver a su antiguo vida de fervor.
     Hasta aquí la vida de Catalina Fieschi no se diferencia mucho de la de miles de mujeres que, inducidas por conveniencias familiares o por propia elección, no se casan con el hombre adecuado para construir un matrimonio. Antes o después el desengaño, la frustración, la antigua melancolía o la moderna depresión aparecen en sus vidas y, ante esta situación, emprenden diferentes caminos. Unas continúan en una huida hacia delante mediante diversiones de todo tipo, otras se sumergen en la espiral sin fin de los antidepresivos... antes o después el hastío las invade. 
   En 1468 Catalina inicia una vida mundana de constantes diversiones y paseos mundanos que, tras otros cinco años, la dejan igualmente insatisfecha,  tal es el cansancio intenso y depresión que ella reza por un retorno de su antiguo fervor. Muchas mujeres ante la falta de sentido de la vida desperdiciada en caminos siempre equivocados, llegan a buscar ayuda psicológica, también las hay que vuelven la vista a Dios y le suplican salir de una situación de infierno. Es lo que hizo Catalina Fieschi, pero no fue hasta pasados diez años de su matrimonio, cuando le llega la respuesta a su petición. En 1473 inicia su proceso de conversión. 
 
Sus hagiógrafos cuentan que el 20 de marzo de 1473, estando Catalina orando en la iglesia de San Benito le decía: “¡San Benito, ruega a Dios que me conceda la gracia de mandarme una enfermedad que me tenga tres meses en cama». Dos días después, estando arrodillada para recibir la bendición del capellán tras una confesión, se sintió súbitamente embargada por un amor a Dios tan fuerte, que todo su cuerpo se estremecía, y por un conocimiento de su propia bajeza tan profundo, que se echó a llorar. Benedicto XVI nos dice que gracias a esta singular experiencia por la que su corazón queda herido del amor a Dios, con la cual tuvo una clara visión de su miserias y defectos, a la vez que de la bondad de Dios, tomó una decisión vital: “no más mundo, no más pecados”. 
 
    A las mujeres de hoy, creyentes y no creyentes, nos cuesta entender estas heridas de amor divino. Nos resistimos a creer que Dios pueda lanzar al corazón un dardo de amor más intenso que cualquiera de los apasionados amores que puedan darse en la historia humana. Y, pese a nuestras reticencias, es una realidad que ratifican una y otra vez los santos. Catalina Fieschi, tocada por el divino amor, allá en lo más recóndito de su casa lloró amargamente, había tenido conciencia del inmenso amor de Dios hacia ella, pecadora, algo desconcertante, pero que le sirvió de revulsivo para iniciar una vida de verdadero amor. Al día siguiente tuvo una visión de Jesucristo cargado con la cruz y ella gritó impulsivamente: “¡Oh, amor! ¡Si es necesario que confiese mis culpas en público, estoy dispuesta!” Después, fue a hacer una confesión general de toda su vida con tan grande dolor, que “sentía desfallecer el alma”. Catalina, pletórica del amor del Señor y consciente de lo que había desperdiciado su vida, decide iniciar una nueva vida fundamentada en Cristo, pero siente que necesita “acondicionar” su alma, purificarla.. En la fiesta de la Anunciación, tras más de diez años sin hacerlo, comulgó y no dejó de hacerlo diariamente durante el resto de su vida. Y eso que la comunión diaria para una laica no estaba bien visto en su época.
C. Wae  Hospital de Pammatone. s. XVII
Para entonces la disipada vida de su marido también había disipado su fortuna dejándolo casi en la ruina. Su precaria situación, junto a las recurrentes oraciones de su esposa hizo que en 1478 el matrimonio abandonara su lujoso palacio para pasar a vivir en una modesta casita en un barrio pobre. De mutuo acuerdo decidieron convivir en continencia, dedicándose a cuidar a los enfermos en el hospital civil de Pammatone de Génova. Un año después se instalaron a vivir en el mismo hospital. Desde 1479 la pareja se dedicó totalmente al servicio de los enfermos en el hospital. Durante diez años Catalina trabajó como abnegada enfermera, en 1489 fue nombrada en 1489 administradora y directora del mismo. En 1496 su quebrantada salud le obligó a renunciar a la dirección del hospital, no obstante siguió viviendo en el mismo. Un año después, en 1497, moría su marido. Catalina le confiesa a una amiga: «Bien sabes tú que su naturaleza era bastante descarriada, de manera que yo he sufrido mucho interiormente por él. Pero mi Tierno Amor me aseguró que habría de salvarse, aun antes de que dejara esta vida». Durante toda su viudez, Catalina permaneció en el estado laico. 
 
Giovanni A.Ratta. Santa Catalina
    No era tampoco la primera vez en la historia que un matrimonio rico venía a menos y se retiraba a sitios más modestos, pero menos frecuente es que dediquen su vida al servicio a los menos favorecidos de la sociedad, los pobres y los enfermos. Y aquí vamos a ver algo que suele desconcertar a creyentes y no creyentes, porque solemos penar que la vida mística es vivir “en las nubes”, desconectados de la realidad y del compromiso con la historia. Catalina trabajó el resto de su vida en un hospital, como enfermera, como administradora, como directora y lo hizo muy bien, al igual que en su vida mística. Desde el momento de su conversión en 1473, Santa Catalina llevó, sin interrupción, una vida espiritual muy intensa sin que por ello disminuyese la incensante actividad en favor de los enfermos y los desamparados, tanto en el hospital como en toda Génova. Durante todos esos años Catalina no había tenido ningún director espiritual, pero hacia 1499, un sacerdote secular, Don Cattaneo Marabotto, fue nombrado rector del hospital y desde el momento de conocerse se entendieron a la perfección. 
 
Éxtasis de Santa Catalina de Génova
Catalina Fieschi es uno de esos ejemplos de la universalidad cristiana, considerada como una «contradicción» por quienes no entienden que el cristianismo es una religión del amor, y sólo desde una vida fundamentada en el intenso amor de Dios podemos dedicarnos a estar en la historia, a servir a los más necesitados en los corporal y en lo espiritual. Catalina estaba totalmente “desprendida” del mundo, pero “estaba en el mundo”, fue una mujer práctica, lo que hoy podríamos decir una eficaz ejecutiva. Preocupada por el alma y cuidando el cuerpo, vivía en estrecha unión con Dios y estaba alerta respecto a este mundo y al tierno afecto por los hombres. Una mística que llevaba las cuentas del hospital, sin que le sobrara o faltara un céntimo.
   
De 1507 a 1510, las enfermedades vencieron por completo. Los últimos meses de su vida fueron de intenso sufrimiento en todo su cuerpo. Falleció el 15 de septiembre de 1510. Fue beatificada en 1675 por el papa Clemente y canonizada en 1737, por Clemente XII. Santa Catalina escribió un tratado sobre el Purgatorio y un Diálogo entre el alma y el cuerpo, que figuran entre los documentos más importantes del misticismo. Para Catalina tras la muerte el alma que todavía no ha eliminado las huellas malas dejadas por el pecado va al Purgatorio. No se trata tanto de cumplir la justicia divina como de una exigencia ontológica del ser del alma. El alma queda absorta en el amor de Dios y ajena a todo lo que pueda ser otras compañeras de purificación, de todo valor de espacio o de tiempo, vive abandonada a las operaciones divinas que la van purificando. Es el fuego del amor de Dios lo que va eliminando del alma toda herrumbre o mancha de pecado. El sufrimiento viene dado por un amor que ve retardado su encuentro con Dios. Cuanto más intenso es el deseo de posesión del amor, más cruel el dolor que encuentra en el retraso.
   Catalina Fieschi, laica, casada, viuda, trabajadora, una gran mujer que amó y sufrió, cometió errores en su vida pero supo afrontarlos con valentía y, sobre todo, con una gran fe, con un intenso amor a Dios que la transformó y la convirtió en una gran santa: Santa Catalina de Génova.

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