Una laica de vida activa, intensamente mística
Nacida en 1447 en el seno de una familia noble italiana, Catalina Fieschi fue educada por su madre en una vida cristiana y piadosa, a los trece años mostró cierta inclinación a la vida religiosa pero no fue aceptada en el convento. Por esas fechas muere su padre. Como otras muchas hijas de buena familia su matrimonio fue el resultado de alianzas nobiliarias, contrayendo matrimonio en 1463, a los 16 años, con Julián Adorno. Catalina era una joven bella, inteligente, sensible, devota, seria y de carácter fuerte, su marido había estado por el Próximo Oriente como comerciante y militar, era amante de los placeres desordenados, voluntarioso, indisciplinado, jugador, infiel, violento y derrochador, escaso de escrúpulos. Con semejantes e incompatibles caracteres el matrimonio no iba a ser fácil
Los cinco primero años de su matrimonio, entre 1463 y 1468,
Catalina los pasó en silencio, sumida en la melancolía, la tristeza
y la desolación que la llevarían a intentar evadirse de su angustia
mediante una vida más mundana. Los cinco siguientes años los pasó
de fiesta en fiesta, de diversión en diversión, pero tampoco ahí
encontró lo que llenara su insatisfecha vida, de modo que el intenso
cansancio y la depresión le llevaron a rezar por poder volver a su
antiguo vida de fervor.
En 1468 Catalina inicia una vida mundana de constantes diversiones y paseos mundanos que, tras otros cinco años, la dejan igualmente insatisfecha, tal es el cansancio intenso y depresión que ella reza por un retorno de su antiguo fervor. Muchas mujeres ante la falta de sentido de la vida desperdiciada en caminos siempre equivocados, llegan a buscar ayuda psicológica, también las hay que vuelven la vista a Dios y le suplican salir de una situación de infierno. Es lo que hizo Catalina Fieschi, pero no fue hasta pasados diez años de su matrimonio, cuando le llega la respuesta a su petición. En 1473 inicia su proceso de conversión.
Sus hagiógrafos cuentan que el 20 de marzo de
1473, estando Catalina orando en la iglesia de San Benito le decía:
“¡San Benito, ruega a Dios que me conceda la gracia de mandarme
una enfermedad que me tenga tres meses en cama». Dos días después,
estando arrodillada para recibir la bendición del capellán tras una
confesión, se sintió súbitamente embargada por un amor a Dios tan
fuerte, que todo su cuerpo se estremecía, y por un conocimiento de
su propia bajeza tan profundo, que se echó a llorar. Benedicto XVI
nos dice que gracias a esta singular experiencia por la que su
corazón queda herido del amor a Dios, con la cual tuvo una clara
visión de su miserias y defectos, a la vez que de la bondad de Dios,
tomó una decisión vital: “no más mundo, no más pecados”.
A las mujeres de hoy, creyentes y no creyentes,
nos cuesta entender estas heridas de amor divino. Nos resistimos a
creer que Dios pueda lanzar al corazón un dardo de amor más intenso
que cualquiera de los apasionados amores que puedan darse en la
historia humana. Y, pese a nuestras reticencias, es una realidad que
ratifican una y otra vez los santos. Catalina Fieschi, tocada por el
divino amor, allá en lo más recóndito de su casa lloró
amargamente, había tenido conciencia del inmenso amor de Dios hacia
ella, pecadora, algo desconcertante, pero que le sirvió de revulsivo
para iniciar una vida de verdadero amor. Al día siguiente tuvo una
visión de Jesucristo cargado con la cruz y ella gritó
impulsivamente: “¡Oh, amor! ¡Si
es necesario que confiese mis culpas en público, estoy dispuesta!”
Después, fue a hacer una confesión general de toda su vida con tan
grande dolor, que “sentía
desfallecer el alma”. Catalina,
pletórica del amor del Señor y consciente de lo que había
desperdiciado su vida, decide iniciar una nueva vida fundamentada en
Cristo, pero siente que necesita “acondicionar” su alma,
purificarla.. En la fiesta de la Anunciación, tras más de diez años
sin hacerlo, comulgó y no dejó de hacerlo diariamente durante el
resto de su vida. Y eso que la comunión diaria para una laica no
estaba bien visto en su época.
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C. Wae Hospital de Pammatone. s. XVII |
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Giovanni A.Ratta. Santa Catalina |
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Éxtasis de Santa Catalina de Génova |
De 1507 a 1510, las enfermedades vencieron por completo. Los últimos meses de su vida fueron de intenso sufrimiento en todo su cuerpo. Falleció el 15 de septiembre de 1510. Fue beatificada en 1675 por el papa Clemente y canonizada en 1737, por Clemente XII. Santa Catalina escribió un tratado sobre el Purgatorio y un Diálogo entre el alma y el cuerpo, que figuran entre los documentos más importantes del misticismo. Para Catalina tras la muerte el alma que todavía no ha eliminado las huellas malas dejadas por el pecado va al Purgatorio. No se trata tanto de cumplir la justicia divina como de una exigencia ontológica del ser del alma. El alma queda absorta en el amor de Dios y ajena a todo lo que pueda ser otras compañeras de purificación, de todo valor de espacio o de tiempo, vive abandonada a las operaciones divinas que la van purificando. Es el fuego del amor de Dios lo que va eliminando del alma toda herrumbre o mancha de pecado. El sufrimiento viene dado por un amor que ve retardado su encuentro con Dios. Cuanto más intenso es el deseo de posesión del amor, más cruel el dolor que encuentra en el retraso.
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