miércoles, 21 de octubre de 2015

DOROTHY DAY (1897-1980): de activista social a santa

     El 24 de septiembre de 2015 los gobernantes del país, hoy por hoy, más poderoso del mundo, los Estados Unidos, reunidos en su Capitolio de Washington, escuchaban las palabras del Papa Francisco recordando a Abraham Lincoln, Martin Luther King Dorothy Day, y Thomas Merton, personajes históricos estadounidenses que, dentro de sus limitaciones y ambigüedades humanas, “apostaron, con trabajo, abnegación y hasta con su propia sangre, por forjar un futuro mejor. Con su vida plasmaron valores fundantes que viven para siempre en el alma de todo el pueblo”. Las vidas, los sueños, las luchas de estos personajes aportan a las nuestras, a nuestros conflictos actuales, una hermenéutica, una manera de ver y analizar la realidad, unos comportamientos personales, cada uno en su momento histórico concreto, pero que nos resultan válidos en nuestro presente para afrontar nuestra propia realidad(1). Dos de los cuatro personajes, Lincoln y King, son muy conocidos, el contemplativo católico Thomas Merton algo menos. Y ¿quién es esta mujer, Dorothy Day, tan poco conocida en Europa y mucho menos en España? Porque para que el Papa la ponga como referente ha debido ser una gran mujer.

     Dorothy Day, siguiendo el discurso del papa, representa el sueño norteamericano de la justicia social y los derechos de las personas, fue fundadora del “Movimiento del trabajador católico”, su activismo social, su pasión por la justicia y la causa de los oprimidos estaban inspirados en el evangelio, en su fe y en el ejemplo de los santos. En Internet se le encuentra como “una periodista de Estados unidos, activista social, oblata benedictina, anarquista cristiana y de  y miembro devota de la Iglesia Católica. Será conocida gracias a sus campañas por la justicia social, en defensa de los pobres”(2). Compendio de palabras que en el catolicismo español, escindido en “tirios y troyanos”, más bien suenan explosivas. A lo que se puede añadir que fue una mujer partidaria del amor libre y que abortó por miedo a ser abandonada por su amante, pero se convirtió al catolicismo y permitió a la sociedad de aquel entonces contagiarse del Evangelio y los valores de la Iglesia y, así, ser ejemplo de santidad en medio de lo cotidiano(3). Veamos quién es esta Dorothy Day.

     Nace en 1897 en Brooklyn, entonces un municipio de inmigrantes próximo a Nueva York, en el seno de una familia de religión protestante en la que conoció la Biblia y el valor de la palabra de Dios. Su padre era periodista y escritor, pero sin éxito, y vivían pobremente. En 1913, Dorothy recibe una beca para estudiar en la Universidad de Illinois, pero la deja dos años después. En 1916 su familia se traslada a Chicago y allí Dorothy descubre una realidad social miserable y conflictiva. Poco después se convierte en una activista de los derechos de la mujer, el amor libre y el control de la natalidad, ingresa en el Partido Socialista de América y colabora en el diario socialista “Call” con artículos comprometidos sobre huelgas, manifestaciones y denuncia de las intervenciones policiales, y con su participación en manifestaciones(4). De la Revolución ruda de Octubre de 1917 esperaba, como tantos otros, la fraternización de las masas y la sustitución de la clase dominante en los EE UU. Trabajó como enfermera en un hospital, como redactora judicial y modelo para estudiantes de Arte(5). Partidaria de los ideales socialistas más que de los capitalistas, no apoyó ningún sistema de gobierno, su preocupación era los trabajadores.

   
Partidaria del amor libre vivió una serie de historias con diferentes amantes, quedando embarazada de uno de ellos y abortando en una época en que el aborto era ilegal en los EE UU. Buscando estabilidad emocional se casa con Foster Butterman, pero se separa al año.Paulatinamente Dorothy va descubriendo la Iglesia católica, a la que ve como la Iglesia de los emigrantes y de los pobres, y se va entusiasmando con ella. En su profunda conversión al catolicismo fue entendiendo las exigencias morales que implicaba. En 1926 se queda embarazada de nuevo, pero en esta ocasión decide tener el bebé como madre soltera. El padre de la niña era ateo comprometido, no obstante, Dorothy decide bautizarla como católica y hacerse ella católica, fue consciente que bautizarse implica la renuncia a otras formas de vida y, con todo dolor de corazón, se separó del padre de la niña.


     En 1933 aparece en su vida Peter Maurin, un ex-campesino francés, hermano de las escuelas cristianas, que había deambulado por Canadá y los Estados Unidos y abrazado la pobreza franciscana como una vocación. Una vida sencilla y célibe le permitió mucho tiempo para estudiar y orar obteniendo la visión de un orden social inspirado en los valores básicos del evangelio. Peter adoctrinó a Dorothy en estos principios que le inspiraron para la fundación de un periódico, el Catholic Worker, que difundiría sus convicciones izquierdistas desde una nueva perspectiva religiosa. Comenzó la publicación de El trabajador católico, con una primera tirada de 3500 ejemplares en mayo y, para diciembre, ya era de 100 000 ejemplares. Cuando llegó el invierno la gente sin casa comenzó a llamar a la puerta de la sede del periódico. Se creó un centro de acogida para los necesitados en Nueva York, extendiéndose después a otras ciudades del país.

     Dorothy trataba de vivir los principios del Sermón de la Montaña, las Bienaventuranzas, los principios sociales de la Iglesia, pero constató que la práctica de los trabajos de misericordia era percibida socialmente como algo peligroso, porque les cerraron casas aduciendo que acogía tanto a blancos como a negros. La oposición a alimentar al hambriento y vestir al desnudo no solo era clara sino que fue creciendo, pero Dorothy siguió trabajando en esa línea.

     Ahora bien, Dorothy fue algo más que una activista, fue una mujer de gran hondura espiritual. Como señala Robert Ellsberg(7), su vida espiritual se enraizó en la Eucaristía, la oración diaria y la lectura de las Escrituras. Oblata benedictina, desde 1955 reverenciaba los valores monásticos del trabajo, la comunidad, la hospitalidad y la paz. Si se inspiró en el espíritu franciscano al adoptar la pobreza voluntaria, también era una gran mística; como Teresa de Ávila, fue una mujer apasionada, una mística práctica. Como Teresa de Calcuta, reconoció a Cristo en el penoso disfraz de los pobres, como Teresa de Lisieux, hacía énfasis en que los grandes logros no son los más importantes a los ojos de Dios, sino hacer las cosas pequeñas con amor y con fe. Fue una mujer piadosa, de comunión diaria y de oración, devota de la Virgen Santísima. Humilde, bondadosa, dulce. La vida de los santos le emocionaba por su generosa entrega a los demás, pero se interrogaba sobre por qué no habían intentado cambiar el orden social(8).

     Pacifista por convicción, mantuvo su neutralidad, aun cuando no fue entendida por quienes la rodeaban, en los conflictivos momentos históricos del siglo XX: la guerra civil española, la segunda guerra mundial, la guerra fría. En 1960 fue aclamada como “la gran dama del pacifismo”(9).

    Murió en 1980, tras una vida de pobreza voluntaria no dejó dinero ni para su entierro, que fue pagado por la archidiócesis de Nueva York, su periódico sigue siendo editado, su movimiento sigue minoritario pero muy vivo en los lugares más pobres de los Estados Unidos, estimado por católicos y gente de otras religiones. El Papa Juan Pablo II la declaró Sierva de Dios en 1996 y, en marzo de 2000, autorizó a la Archidiócesis de Nueva York a iniciar el proceso para promover su canonización.

     Estamos ante una gran mujer que será declarada santa. ¿Qué hay –siguiendo las palabras del papa Francisco– en la vida de esta mujer que sea útil a las mujeres de hoy día para analizar nuestra realidad? ¿De qué nos puede servir la historia de Dorothy Day? Partimos de la bella síntesis que hizo el que fue Arzobispo de Nueva York, Cardenal Jhon O´Connor: "la beatificación de Dorothy Day podría recordar a muchas mujeres de hoy lo grande que es la misericordia de Dios, incluso cuando somos capaces de cometer un acto cruel como el aborto de un hijo. Ella supo bien lo que es estar al margen de la fe y lo que es después descubrir el camino correcto y vivir en plena coherencia con la exigencia de la fe católica".


     Dorothy Day fue una chica inteligente, despierta, educada en un ambiente creyente, conoce muy temprano la Palabra de Dios, más adelante lee mucho, pasa por la Universidad, se imbuye de las ideas de la época: los derechos de la mujer, el amor libre, el anarquismo. Ni más ni menos que como cualquier joven del siglo XX y de hoy. Y como muchas, acaba embarazada y aborta, conoce la inestabilidad emocional. Trabaja en muchos y diversos trabajos, como hoy, pero, sobre todo, le impacta la situación de explotación de los trabajadores y de las clases empobrecidas, en las que encuentra una Iglesia Católica que le atrae porque ve que está junto a los que sufren. En esto sí es cierto que el panorama es diferente. En Europa y en España la imagen histórica de la Iglesia ha ido acompañada de una mayor vinculación a los ricos y poderosos, imagen distorsionada, pero lamentablemente todavía vigente. Y Dorothy, en los pobres, encuentra el rostro de Cristo. Es digna de mención la gran coherencia personal de Dorothy, no separa su fe de su vida. Inicialmente, partidaria del amor libre y del control de la natalidad, entiende la incoherencia que eso supone con las exigencias de la moral católica. Cuando se queda embarazada de nuevo no solo decide tener al bebé, sino que asume el bautismo de su hija y el suyo propio con todas sus consecuencias: un cambio radical de vida. Su vida anterior no era compatible con la fe y la experiencia de la misericordia que experimentaba de un Dios que la amaba y la acogía. 
     En su devota vida de oración y comunión diaria fue experimentando que el amor de Jesucristo llenaba toda su vida y el fuego de ese amor mantuvo vivo todo su compromiso hacia los demás, su actividad nunca se apagó, fue una mujer dulce, bondadosa, humilde. Amó a los santos y de su vida aprendió mucho, aprendizaje que puso en práctica en su compromiso con el mundo. Mujer apasionada, amó como las santas, apasionadamente.

     En nuestro aquí y ahora creo que esta gran mujer también nos puede ayudar a revisar nuestros desfasados conceptos de lo que puede ser una mujer católica que, desde la fe, defiende a los pobres y marginados. No se trata de una “comunista” en el sentido estricto que aquí se tiene, se trata de una mujer que sigue la doctrina social católica, la de la Iglesia de Roma, tan claramente expuesta en las múltiples encíclicas del Magisterio Pontificio. Como tampoco una mística, una mujer devota de la Iglesia Católica, de misa y comunión frecuente es una “facha”. Eso sí, la fe católica exige una radicalidad de vida, una austeridad moral, que pasa por la defensa de la vida en todas sus manifestaciones desde la concepción hasta la muerte. No al aborto, no a la eutanasia, no a tantas muertes por accidente laboral.

1 Discurso del papa Francisco al Congreso de los Estados Unidos en el Capitolio. Washington, 25 de septiembre de 2015,  https://www.aciprensa.com/noticias/el-papa-francisco-da-discurso-al-congreso-de-estados-unidos-en-el-capitolio-86152/.
3. ttps://www.aciprensa.com/vejemplares/dorothy.htm.
4. Alberto Royo Mejía. Santos por las calles de Nueva York (IV): Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia. http://infocatolica.com/blog/historiaiglesia.php/1003201208-santos-por-las-calles-de-nuev#more7315.
5. https://es.wikipedia.org/wiki/Dorothy_Day.
6. Alberto Royo Mejía. Santos por las calles de Nueva York ...
7. Robert Ellsberg, escritor y editor en libros Orbis, se inició en el mundo editorial (y encontraron la fe católica) y trabajó en la casa del Trabajador Católico, donde conoció a Dorothy Day en sus últimos años y le impactó fuertemente y acabó convirtiéndose al catolicismo. Editor de la obra de Dorothy Day. http://aleteia.org/2013/09/19/dorothy-days-editor-an-interview-with-robert-ellsberg/.
8. Alberto Royo Mejía. Santos por las calles de Nueva York ...
9. Alberto Royo Mejía. Santos por las calles de Nueva York 

martes, 22 de septiembre de 2015

Catalina Fieschi 1447-1510 / Santa Catalina de Génova

Una laica de vida activa, intensamente mística

Nacida en 1447 en el seno de una familia noble italiana, Catalina Fieschi fue educada por su madre en una vida cristiana y piadosa, a los trece años mostró cierta inclinación a la vida religiosa pero no fue aceptada en el convento. Por esas fechas muere su padre. Como otras muchas hijas de buena familia su matrimonio fue el resultado de alianzas nobiliarias, contrayendo matrimonio en 1463, a los 16 años, con Julián Adorno. Catalina era una joven bella, inteligente, sensible, devota, seria y de carácter fuerte, su marido había estado por el Próximo Oriente como comerciante y militar, era amante de los placeres desordenados, voluntarioso, indisciplinado, jugador, infiel, violento y derrochador, escaso de escrúpulos. Con semejantes e incompatibles caracteres el matrimonio no iba a ser fácil
Los cinco primero años de su matrimonio, entre 1463 y 1468, Catalina los pasó en silencio, sumida en la melancolía, la tristeza y la desolación que la llevarían a intentar evadirse de su angustia mediante una vida más mundana. Los cinco siguientes años los pasó de fiesta en fiesta, de diversión en diversión, pero tampoco ahí encontró lo que llenara su insatisfecha vida, de modo que el intenso cansancio y la depresión le llevaron a rezar por poder volver a su antiguo vida de fervor.
     Hasta aquí la vida de Catalina Fieschi no se diferencia mucho de la de miles de mujeres que, inducidas por conveniencias familiares o por propia elección, no se casan con el hombre adecuado para construir un matrimonio. Antes o después el desengaño, la frustración, la antigua melancolía o la moderna depresión aparecen en sus vidas y, ante esta situación, emprenden diferentes caminos. Unas continúan en una huida hacia delante mediante diversiones de todo tipo, otras se sumergen en la espiral sin fin de los antidepresivos... antes o después el hastío las invade. 
   En 1468 Catalina inicia una vida mundana de constantes diversiones y paseos mundanos que, tras otros cinco años, la dejan igualmente insatisfecha,  tal es el cansancio intenso y depresión que ella reza por un retorno de su antiguo fervor. Muchas mujeres ante la falta de sentido de la vida desperdiciada en caminos siempre equivocados, llegan a buscar ayuda psicológica, también las hay que vuelven la vista a Dios y le suplican salir de una situación de infierno. Es lo que hizo Catalina Fieschi, pero no fue hasta pasados diez años de su matrimonio, cuando le llega la respuesta a su petición. En 1473 inicia su proceso de conversión. 
 
Sus hagiógrafos cuentan que el 20 de marzo de 1473, estando Catalina orando en la iglesia de San Benito le decía: “¡San Benito, ruega a Dios que me conceda la gracia de mandarme una enfermedad que me tenga tres meses en cama». Dos días después, estando arrodillada para recibir la bendición del capellán tras una confesión, se sintió súbitamente embargada por un amor a Dios tan fuerte, que todo su cuerpo se estremecía, y por un conocimiento de su propia bajeza tan profundo, que se echó a llorar. Benedicto XVI nos dice que gracias a esta singular experiencia por la que su corazón queda herido del amor a Dios, con la cual tuvo una clara visión de su miserias y defectos, a la vez que de la bondad de Dios, tomó una decisión vital: “no más mundo, no más pecados”. 
 
    A las mujeres de hoy, creyentes y no creyentes, nos cuesta entender estas heridas de amor divino. Nos resistimos a creer que Dios pueda lanzar al corazón un dardo de amor más intenso que cualquiera de los apasionados amores que puedan darse en la historia humana. Y, pese a nuestras reticencias, es una realidad que ratifican una y otra vez los santos. Catalina Fieschi, tocada por el divino amor, allá en lo más recóndito de su casa lloró amargamente, había tenido conciencia del inmenso amor de Dios hacia ella, pecadora, algo desconcertante, pero que le sirvió de revulsivo para iniciar una vida de verdadero amor. Al día siguiente tuvo una visión de Jesucristo cargado con la cruz y ella gritó impulsivamente: “¡Oh, amor! ¡Si es necesario que confiese mis culpas en público, estoy dispuesta!” Después, fue a hacer una confesión general de toda su vida con tan grande dolor, que “sentía desfallecer el alma”. Catalina, pletórica del amor del Señor y consciente de lo que había desperdiciado su vida, decide iniciar una nueva vida fundamentada en Cristo, pero siente que necesita “acondicionar” su alma, purificarla.. En la fiesta de la Anunciación, tras más de diez años sin hacerlo, comulgó y no dejó de hacerlo diariamente durante el resto de su vida. Y eso que la comunión diaria para una laica no estaba bien visto en su época.
C. Wae  Hospital de Pammatone. s. XVII
Para entonces la disipada vida de su marido también había disipado su fortuna dejándolo casi en la ruina. Su precaria situación, junto a las recurrentes oraciones de su esposa hizo que en 1478 el matrimonio abandonara su lujoso palacio para pasar a vivir en una modesta casita en un barrio pobre. De mutuo acuerdo decidieron convivir en continencia, dedicándose a cuidar a los enfermos en el hospital civil de Pammatone de Génova. Un año después se instalaron a vivir en el mismo hospital. Desde 1479 la pareja se dedicó totalmente al servicio de los enfermos en el hospital. Durante diez años Catalina trabajó como abnegada enfermera, en 1489 fue nombrada en 1489 administradora y directora del mismo. En 1496 su quebrantada salud le obligó a renunciar a la dirección del hospital, no obstante siguió viviendo en el mismo. Un año después, en 1497, moría su marido. Catalina le confiesa a una amiga: «Bien sabes tú que su naturaleza era bastante descarriada, de manera que yo he sufrido mucho interiormente por él. Pero mi Tierno Amor me aseguró que habría de salvarse, aun antes de que dejara esta vida». Durante toda su viudez, Catalina permaneció en el estado laico. 
 
Giovanni A.Ratta. Santa Catalina
    No era tampoco la primera vez en la historia que un matrimonio rico venía a menos y se retiraba a sitios más modestos, pero menos frecuente es que dediquen su vida al servicio a los menos favorecidos de la sociedad, los pobres y los enfermos. Y aquí vamos a ver algo que suele desconcertar a creyentes y no creyentes, porque solemos penar que la vida mística es vivir “en las nubes”, desconectados de la realidad y del compromiso con la historia. Catalina trabajó el resto de su vida en un hospital, como enfermera, como administradora, como directora y lo hizo muy bien, al igual que en su vida mística. Desde el momento de su conversión en 1473, Santa Catalina llevó, sin interrupción, una vida espiritual muy intensa sin que por ello disminuyese la incensante actividad en favor de los enfermos y los desamparados, tanto en el hospital como en toda Génova. Durante todos esos años Catalina no había tenido ningún director espiritual, pero hacia 1499, un sacerdote secular, Don Cattaneo Marabotto, fue nombrado rector del hospital y desde el momento de conocerse se entendieron a la perfección. 
 
Éxtasis de Santa Catalina de Génova
Catalina Fieschi es uno de esos ejemplos de la universalidad cristiana, considerada como una «contradicción» por quienes no entienden que el cristianismo es una religión del amor, y sólo desde una vida fundamentada en el intenso amor de Dios podemos dedicarnos a estar en la historia, a servir a los más necesitados en los corporal y en lo espiritual. Catalina estaba totalmente “desprendida” del mundo, pero “estaba en el mundo”, fue una mujer práctica, lo que hoy podríamos decir una eficaz ejecutiva. Preocupada por el alma y cuidando el cuerpo, vivía en estrecha unión con Dios y estaba alerta respecto a este mundo y al tierno afecto por los hombres. Una mística que llevaba las cuentas del hospital, sin que le sobrara o faltara un céntimo.
   
De 1507 a 1510, las enfermedades vencieron por completo. Los últimos meses de su vida fueron de intenso sufrimiento en todo su cuerpo. Falleció el 15 de septiembre de 1510. Fue beatificada en 1675 por el papa Clemente y canonizada en 1737, por Clemente XII. Santa Catalina escribió un tratado sobre el Purgatorio y un Diálogo entre el alma y el cuerpo, que figuran entre los documentos más importantes del misticismo. Para Catalina tras la muerte el alma que todavía no ha eliminado las huellas malas dejadas por el pecado va al Purgatorio. No se trata tanto de cumplir la justicia divina como de una exigencia ontológica del ser del alma. El alma queda absorta en el amor de Dios y ajena a todo lo que pueda ser otras compañeras de purificación, de todo valor de espacio o de tiempo, vive abandonada a las operaciones divinas que la van purificando. Es el fuego del amor de Dios lo que va eliminando del alma toda herrumbre o mancha de pecado. El sufrimiento viene dado por un amor que ve retardado su encuentro con Dios. Cuanto más intenso es el deseo de posesión del amor, más cruel el dolor que encuentra en el retraso.
   Catalina Fieschi, laica, casada, viuda, trabajadora, una gran mujer que amó y sufrió, cometió errores en su vida pero supo afrontarlos con valentía y, sobre todo, con una gran fe, con un intenso amor a Dios que la transformó y la convirtió en una gran santa: Santa Catalina de Génova.

martes, 30 de junio de 2015

Mis hermanas las Santas

Colleen Carroll Campbell es una periodista católica norteamericana que ha escrito un libro, a modo de autobiografía espiritual, realmente interesante. La autora, a lo largo de su vida como estudiante, hija, profesional, esposa, madre..., se fue encontrando en una serie de situaciones que le plantearon dudas y opciones diversas, sobre las cuales no sabía qué decidir porque, pese a su fe, el mundo y la cultura la llenaban de confusión. Entre el feminismo radical laicista y la crítica antifeminista, la joven encuentra en seis grandes mujeres católicas -Teresa de Jesús, Teresa de Lisieux, Faustina Kowalska, Edith Stein, Teresa de Calcuta y María de Nazaret- seis grandes santas, una sólida inspiración para su vida. De ahí el precioso título: “Mis hermanas las santas”[1].

Colleen Carroll Campbell 
El libro no solo me ha gustado, sino que, como mujer católica me ha aportado reflexiones muy interesantes, es perfecto para cualquier edad, para cualquier mujer creyente que quiera compatibilizar lo sagrado y lo profano en una sociedad con poca paciencia para la sutileza y la complejidad. No obstante, lo considero especialmente valioso para el grupo de mujeres que entre los 18 y los cuarenta y algún años tienen que ir resolviendo los dilemas que les plantea vivir una juventud de fiesta en fiesta que deja cada vez mas maltrechos el cuerpo y el alma, que cuando los espejismos desaparecen queda un vacío cada vez mayor; que siente la confusión ante la frivolidad sexual, o cuando la llamada al insaciable éxito profesional colisiona con su deseo de amor y de tener una familia. Además, cuando la familia y el trabajo es una sobrecarga que tumba y cuando ya estás más o menos establecida profesionalmente hay que cuidar a los padres...Dudas e interrogantes, disyuntivas, encrucijadas con las que nos vamos encontrando en nuestro propio devenir y que es posible que, en más de un caso, haya desembocado o pueda desembocar en situaciones irreversibles y frustrantes.
Santa Teresa de Jesús
(1515-1582)
A ese grupo de mujeres pertenece la protagonista de esta autobiografía espiritual. Nacida en el seno de una familia católica de honda fe y hondas vivencia espirituales, no por eso dejará de deslumbrarse, al llegar a la Universidad, por un laicismo que la va alejando de su vida de fe. No obstante, tras una de esas noches locas de fiestas universitarias ella se pregunta: ¿Es esto vivir? ¿Nada más? ¿Qué pasa con esa sed que no pueden saciar los placeres materiales? En unas vacaciones de Navidad cae en sus manos el libro de la vida de Teresa de Jesús, en esta santa descubre que, con su mezcla de fe, feminidad y libertad, es el primer modelo que podía admirar y apropiarse para su vida, en Teresa de Jesús vio la clase de mujer en quien podría convertirse si se tomaba en serio a Dios.
Santa Teresita de Lisieux,(1873-1897)

Más adelante se encuentra con los problemas derivados del diagnóstico de Alzheimer de su padre. La protagonista describe lo mucho que le costó entrar en Historia de un alma de Santa Teresita de Lisieux -como nos ha pasado a tantas intelectuales-, pero ahora le va a servir para ir descubriendo la importancia de “hacerse pequeños ante Dios”. Desde la experiencia de la “Florecilla", va a ir descubriendo la purificación del alma de su padre y como había algo en él que se escapaba a los tentáculos de la enfermedad, algo sobre lo que el mal no tenía poder: La alegría de su alma y el ir haciéndose cada vez un niño más pequeño en brazos de su Padre. A partir de ahí, ella fue cambiando su concepto por lo débil de este mundo y empezó a ver a los enfermos, marginados, deficientes...de otro modo. Todo un capítulo para leerlo en una pastoral de enfermos en cualquier parroquia.

Santa Faustina Kowalska,(1905-1938)
Inicia su noviazgo con el hombre de sus sueños y hacen planes de boda, pero a ella le surge un trabajo extraordinario lejos de su ciudad, en la mismísima Casa Blanca ¿Que hacer? Lo acepta, tiene un brillante éxito profesional pero también hay algo en ella que está gritando realizarse como mujer. Qué decidir cuando, además, Dios no te responde en la oración. Desde santa Faustina Kowalska aprende a “confiar” en Dios.

Santa Edith Stein(1891-1942) 
Cuando decide ser madre resulta que le esperan largos años de infertilidad. Como fiel católica no está dispuesta a saltarse la doctrina de la Iglesia, pero las dudas están ahí, las tentaciones de concebir según los métodos científicos también. Descubrir que el deseo de maternidad biológica puede convertirse en un “ídolo” al que se sacrifica casi todo resulta doloroso, pero en su búsqueda descubre la belleza de la maternidad espiritual. En este proceso encuentra el soporte intelectual y espiritual de Edith Stein, un importante capítulo en el que analiza la condición femenina, su sed de infinito amor de Dios, sus valores y su fuerza, pero también sus desviaciones y los problemas que puede generar.

Santa Teresa de Calcuta
(1910-1997)

Entonces los problemas entran en la familia, la enfermedad es un momento en el que a los creyentes se le hace difícil la fe. En esta época en las que el hedonismo es el único objetivo, asumir el sentido redentor del sufrimiento es algo que se hace cuesta arriba. Y, sin embargo, es un tema central en la historia sagrada porque el mal no entraba en el proyecto original de Dios, sino que entra por el mal uso de nuestra libertad. Y entró el Alzheimer y la infertilidad y otras cosas, pero Dios no nos abandona en el sufrimiento, sino que nos acompaña. Pese a la fe, desde la enfermedad de su padre va a tener ocasión de pensar en un sufrimiento sin sentido, pero también en la misericordia de Dios. La fe no es garantía de que no vaya a haber duda, ni la ausencia de esa noche oscura del alma en la que parece que hay un vacío absoluto de Dios. Los santos también la sufrieron. En esta ocasión es en Teresa de Calcuta, una santa a la que consideraba inalcanzable, la que le va a hablar con una intensa fuerza sobre las tinieblas que sofocaban su alma cuando la terrible oscuridad parece decir que todo está muerto.
Madonna y Niño.
 Pompeo Bartoni

Cuando nos hablan de la cruz como realidad existencial tendemos a echarnos hacia atrás. Pero llega. También a nuestra protagonista cuando tras el calvario de la infertilidad le llega una difícil fecundidad y un difícil parto. Y aquí, esta muchacha que como tantos católicos nacidos después del Vaticano II vivieron una cierta ambigüedad respecto a la Virgen María, no solo va a encontrar en María su refugio sino que va a descubrir en ella un impresionante modelo de mujer y de madre. Una mujer contemplativa que medita en su corazón las alegrías y las penas, y una madre que nos ama con amor fiero y puro, pero que no busca poseer a nadie, es un amor sacrificial y liberador contrapunto del tenso perfeccionismo que se quiere imprimir hoy a la maternidad.

Desde aquella universitaria que se interrogaba sobre como llenar el vacío que sentía, asistimos al proceso de liberación de una mujer que sufre, que aprende, que cambia, que va a cantar las maravillas de la transformación que Dios obró en su vida presentándole a seis santas que le enseñaron el verdadero significado de la liberación.




[1] Colleen Carroll Campbell. Mis hermanas las santas.Una memoria espiritual. Ediciones Rialp, Madrid, 2015,229 p.

martes, 9 de junio de 2015

Grandes mujeres, grandes santas


La historia de la iglesia católica cuenta con un impresionante repertorio de grandes mujeres.  Mujeres que vivieron vida ejemplares, vidas de santidad, aunque no todas estén en los altares. Y sin embargo no todas son bien conocidas. Hasta no hace muchos años yo creía que la mayoría de las santas eran monjas. Craso error. Las hay de todos los tipos. Resulta sorprendente ir descubriendo, en esa tan denostada historia de la Iglesia Católica, en la que se recalcan más sus sombras que sus luces, la cantidad de mujeres cuya ejemplar vida fue reconocida, unas han sido elevada a los altares, otras están en proceso, y otras a la espera. Las vidas de unas y otras no sólo me resultan ejemplares, sino también fascinantes. Cierto que durante siglos ni la Iglesia, ni tampoco la sociedad permitieron muchas opciones de organizarse a las mujeres que no fuera dentro del claustro conventual o de la familia de sangre, pero aun así muchísimas mujeres supieron vivir sus circunstancias históricas y hacer todo aquello que el Espíritu Santo insufló en su mente, en su alma, en su corazón en todo su ser. Vivir la plenitud de amor en Jesucristo, volcando toda su capacidad de amar en el servicio a los demás, en la donación de si mismas. Y fueron transformando la historia a niveles que muy pocos conocen.
   Todas las vidas de los santos nos sirven de modelo en nuestra vida cristiana, pero yo quisiera centrarme en esas grandes mujeres que fueron las santas ¿Por qué? Porque me ha fascinado descubrir que hay muchísimas más santas de las que imaginaba, que no todas fueron monjas y buenísimas desde su infancia, sino solteras, casadas, viudas, incluso vivieron relaciones ilícitas, cultas e ignorantes, aristócratas y campesinas, pero todas ellas conocieron la misericordia de Dios, todas ellas vivieron el ardiente amor por Jesucristo, todas ellas ardieron en la hoguera del amor trinitario, todas desarrollaron una gran actividad en su tiempo, todas ellas me sirven como modelo de vida en este siglo XXI. Es más, creo que podría animar a tantas mujeres creyentes o no que pueden encontrarse enfermas, abandonadas, desanimadas o solas por cualquier razón. Además, muchas de esas grandes mujeres han contribuido de forma específica, aunque nadie reclame su contribución, al proceso de liberación de la mujer. Liberación que pasaba por formarse, por aprender a leer y a escribir. ¡Cuantas mujeres católicas pusieron sus bienes, sus carismas, su fortuna para crear centros de acogida y formación de mujeres jóvenes!¡Impresionante! Un verdadero elenco para que cualquier mujer católica pueda presumir de tener muchas heroínas de referencia en el proceso de liberación de la mujer. 
      Y como mujer ¿qué me llama la atención de esas vidas de mujeres santas? Pues que lograron lo que es el sueño de cualquier mujer -que no haya renegado de su condición- “vivir un sueño de amor eterno”. Un día que preparaba una catequesis sobre el sacramento del bautismo me sorprendió gratamente, una homilía del papa Benedicto XVI cuando decía que la vida eterna es la vida buena, la verdadera vida, la felicidad también en un futuro aún desconocido pero que comienza aquí en compañía de la familia de Dios, y es eterna, porque es comunión con Aquel que ha vencido la muerte, que tiene en sus manos las llaves de la vida, que es vida y da amor eterno más allá de la muerte. Y si podemos decir que una vida sin amor no es vida, podemos decir que esta compañía con Aquel que es vida realmente, responderá a nuestras expectativas, a nuestra esperanzas(1). Esas grandes mujeres descubrieron el amor de Aquel que tiene en sus manos la llave de la vida, y a él se dedicaron. Su vida de santidad pudo o no ser reconocida, pero todas ellas hicieron lo que Jesús la noche del Jueves Santo, cuando quitándose el manto y poniéndose a lavar los pies a los discípulos, asumía un papel de servicio que, en el Israel de aquella época, no podían hacer ni los esclavos judíos, sólo las mujeres ¡Las últimas socialmente!
     ¿Qué mujer no quiere “querer como las locas”? ¡Yo sí! Pues en nuestros dos mil años de catolicismo tenemos miles de ejemplos? Con un pie en el estribo de la jubilación, como mujer, laica, creyente, católica practicante, a lo largo de estos años de conversión, de maduración en la fe, de ir descubriendo las “maravillas” que el Señor ha ido haciendo en mí, también he ido descubriendo muchas de esas grandes personas, santas, libres,admirables. He ido encontrando vidas de mujeres, "locamente" enamoradas de Jesucristo,cuyo corazón alcanzó temperaturas elevadísimas. Creo que vale la pena echar un vistazo a las vidas de esas mujeres y aprender con ellas a “a querer como las locas”, capacidad de amar de la mujer, que tan sabiamente sintentiza la copla de nuestro pueblo andaluz.

(1) BENEDICTO XVI. SANTA MISA EN LA CAPILLA SIXTINA Y ADMINISTRACIÓN  DEL SACRAMENTO DEL BAUTISMO HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI  Fiesta del Bautismo del Señor Domingo 8 de enero de 200http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2006/documents/hf_ben-xvi_hom_20060108_battesimo.html